¿Por qué el régimen que me recetó el médico y que seguí a rajatabla durante largos meses no dio resultado a pesar de todos los esfuerzos? ¿Por qué, a pesar de comer sano, soy capaz de perder un solo gramo mientras mis compañeros de gimnasio adelgazan sin problemas? Estas son solamente algunas de las preguntas alrededor de la alimentación que casi todos nos hemos hecho en algún momento de nuestra vida.

Investigadores del Instituto Weizmann de Ciencias, en Israel, acaban de averiguar y explicar por primera vez la razón por la que las intervenciones nutricionales no tienen los mismos efectos en las personas, incluso cuando estas consumen los mismos alimentos. Y, lo que es aún peor, cómo algunos alimentos supuestamente sanos contribuyen incluso a empeorar los problemas de peso en algunas personas.

En un estudio con casi 1.000 participantes, los científicos han descubierto que cada persona metaboliza los alimentos de forma muy diferente y que la microbiota intestinal no es ajena a esta gran variabilidad entre individuos. Los resultados de estas investigaciones se publicaron el pasado mes de noviembre en Cell.

«Estos hallazgos tienen una repercusión considerable en la manera en que hemos entendido la nutrición hasta ahora, sobre todo teniendo en cuenta que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado de que la obesidad y la diabetes, dos enfermedades metabólicas importantes, afectan, entre las dos, a aproximadamente la mitad de la población mundial y que su principal tratamiento médico es a través de la dieta» , explicaba durante una conferencia de prensa el investigador y coautor del estudio Eran Elinav, del departamento de inmunología del Instituto Weizmann de Ciencias .

Los científicos piensan que los cambios en nuestra dieta de los cuatro últimos decenios podrían haber contribuido a la prevalencia de estas enfermedades metabólicas. “Eso fue lo que nos llevó, hace cuatro años, a intentar darle un enfoque científico al problema de la nutrición”, añadía el investigador Eran Segal, también coautor del estudio.

Para ello, reclutaron a 800 voluntarios de Israel, algunos de ellos pre-diabéticos, y los sometieron a un seguimiento durante dos semanas. Los científicos tomaron datos sobre la salud de los sujetos mediante cuestionarios, medidas corporales y análisis de sangre. Asimismo, conectaron a los participantes a pequeños aparatos que controlaban cada cinco minutos sus niveles de glucosa en sangre, un conocido factor de riesgo para las enfermedades metabólicas. Además, pidieron a los voluntarios que informaran sobre su modo de vida y régimen alimentario a través de una app diseñada especialmente para el experimento.

Los investigadores se centraron en las reacciones obtenidas tras las comidas, en cómo la glucosa en sangre cambiaba durante las dos horas siguientes a las comidas. Los datos recabados revelaron que las reacciones a los mismos alimentos variaban ampliamente entre las personas. Las reacciones glucémicas de algunos sujetos, por ejemplo, alcanzaban su punto máximo después de la ingestión de un tomate, mientras que otros no experimentaban estas subidas. “Nuestra primera sorpresa fue descubrir a gran escala una variabilidad muy amplia en las reacciones de las personas a las comidas, incluso cuando estas eran idénticas. Existen diferencias muy marcadas entre individuos. En algunos casos, los sujetos incluso llegaban a tener reacciones opuestas entre ellos, tema que todavía está por aclarar”, señalaba Segal.

Con la ayuda de los datos obtenidos, crearon un algoritmo que les permitía predecir la reacción de los niveles de glucosa en sangre de los 800 participantes. Paralelamente, para comprobar la eficacia del algoritmo, reclutaron a 100 personas más y constataron que también eran capaces de predecir sus niveles de glucosa en sangre tras la ingestión de un determinado alimento.

A fin de comprender por qué existe esta gran diferencia entre personas, y sabiendo que numerosos estudios anteriores habían vinculado la microbiota intestinal con la obesidad y la diabetes, los investigadores decidieron tomar y analizar muestras de heces de cada participante. Tal y como sospechaban, descubrieron que especies concretas de microbios intestinales estaban relacionadas con las alteraciones de la glucosa en sangre después de las comidas.

Así que comenzaron un nuevo experimento. Reclutaron una pequeña cohorte adicional de 26 personas y tomaron muestras de heces de cada una de ellas. A continuación, y basándose en el algoritmo diseñado, prescribieron una dieta personalizada a cada una. De forma intencionada, algunos de las dietas eran sanas y otras, en cambio, no.

Los científicos midieron los niveles de azúcar en sangre después de cada comida durante una semana y tomaron nuevas muestras de heces. Constataron que los sujetos con subidas leves de niveles de azúcar en sangre tras las comidas también habían experimentado cambios en la composición de su microbiota intestinal. Por ejemplo, en las heces, las bacterias vinculadas a la mejora de la tolerancia a la glucosa (Actinobacteria) eran más numerosas, mientras que aquellas relacionadas con la diabetes (Proteobacteria and Enterobacteriaceae) eran menos abundantes.

“Con este estudio hemos demostrado que la microbiota intestinal es un componente esencial de las reacciones de las personas a los alimentos. Hemos sugerido asimismo que se podría comenzar a emplear las funciones de la microbiota para mejorar la salud de las personas”, afirmaba Eran Elinav, investigador del Instituto Weizmann  y coautor del artículo. “En el futuro, podríamos ser capaces de modificar la composición de la microbiota a través de la dieta y de los probióticos, tal y como se infiere de nuestros resultados. Quizás esto contribuya a mejorar la propensión de las personas a ciertas enfermedades comunes”, añadía el científico.

Este video resume las principales conclusiones del estudio.