Según la Organización Mundial de la Salud los casos de obesidad se han duplicado en todo el mundo desde 1980. Esta enfermedad mata cada año aproximadamente a 3,4 millones de personas, una cifra que crece día a día. Médicos y gobiernos intentan combatir esta epidemia con campañas públicas que incitan a la sociedad a llevar una vida activa y a seguir una dieta baja en grasas. Sin embargo, todo esto sigue sin ser suficiente. ¿Y si, como pasó con el mito de la toma de Troya, el problema pudiese atajarse desde dentro?

Desde hace algún tiempo, los científicos han comenzado a prestar cada vez más atención al papel esencial que los cientos de billones de microbios intestinales desempeñan en una buena salud. Se ha descubierto que este ecosistema bacteriano, tan vasto y variado, llamado microbiota intestinal, actúa como un todo y colabora en la regulación de los sistemas digestivo e inmune.

«Los tipos de bacterias presentes en nuestros intestinos pueden influir en el riesgo de contraer enfermedades crónicas. Nos preguntábamos si seríamos capaces de manipular la microbiota intestinal de tal manera que derivara en una mejora de la salud», explica Sean Davies, profesor adjunto de farmacología de la universidad Vanderbilt. Para responder a esta pregunta, este investigador dirigió un estudio en roedores para determinar si bacterias intestinales modificadas genéticamente podían ser utilizadas en este proceso para generar un efecto positivo en la salud. Al menos, en ratones.

El equipo del Prof. Davies llevó a cabo un estudio en roedores a los que se les  administró una cepa de una bacteria innocua, E coli Nissle 1917 (utilizada desde su descubrimiento, hace un siglo, como tratamiento contra la diarrea). Modificaron la cepa de esta bacteria probiótica a fin de que produjera grandes cantidades de una hormona denominada NAPE, naturalmente fabricada por el intestino fino cada vez que se digiere materia grasa y que envía un mensaje de saciedad al cerebro. Estudios anteriores han demostrado que los animales obesos no sintetizan cantidades suficientes de esta hormona y por tanto, al no sentirse saciados, continúan comiendo e ingieren muchos más alimentos de los necesarios.

Los investigadores pusieron estas bacterias modificadas en el agua que bebían un grupo de ratones sanos a los que además sometieron a una dieta rica en grasas. Observaron que estos ratones ganaban menos peso, consumían menos alimentos y mostraban menos marcadores de diabetes que los del grupo de control que habían bebido agua sola o con bacterias no modificadas. Doce semanas más tarde, pudieron constatar que esta situación no había cambiado.

«Seguimos sin haber alcanzado nuestro objetivo final, que era el de obtener un tratamiento en el que solo se necesitara una administración única de estas bacterias modificadas», afirma el Prof. Davies, autor principal del estudio publicado en la edición de agosto del Journal of Clinical Investigation.

Pero los científicos reconocen que predecir que los resultados de este tratamiento serían los mismos en humanos sería aventurarse demasiado.  Por otra parte, antes de adaptar el tratamiento a los humanos, será necesario solucionar ciertas cuestiones normativas. A pesar de que no se conocen efectos adversos y que los hallazgos del estudio sugieren que la manipulación de la microbiota intestinal para tratar la obesidad es factible, habrá que llevar a cabo rigurosas pruebas para asegurarse de que las bacterias modificadas no suponen una amenaza para la salud humana. Más allá de todas estas dificultades, los hallazgos de los investigadores de la Vanderbilt resultan realmente prometedores.