Nochevieja de 2019. Mientras el mundo se prepara para celebrar la llegada del año nuevo, en China, las autoridades sanitarias de Wuhan informan de casos de neumonías de etiología desconocida. El resto de la historia la conocemos de sobra:  hasta la fecha, el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la pandemia de COVID-19, ha causado unos 35 millones de casos y cerca de un millón de muertos. Algunos investigadores sostienen ahora que en esta película apocalíptica también interviene un actor secundario, hasta ahora subestimado, a saber: la microbiota intestinal.

Entre ellos se encuentra Francisco Guarner, investigador principal del equipo Fisiología y Fisiopatología digestiva del hospital Vall d’Hebron (Barcelona), y miembro del comité directivo de la sección « Gut Microbiota & Health » de ESNM. En un artículo publicado por el diario español La Vanguardia, el Doctor Guarner explica que no es descabellado considerar que una microbiota intestinal sana podría tener una influencia protectora frente a la COVID-19.

Veamos el por qué. Las estadísticas sobre la pandemia ponen de manifiesto que las personas de más de 65 años son el grupo con mayor riesgo de contagiarse por COVID-19 y de contraer formas graves de la enfermedad, al igual que las personas que padecen obesidad, diabetes, cáncer o enfermedades cardiovasculares y pulmonares.  La mayoría de los pacientes fallecidos o gravemente enfermos presentan historiales médicos parecidos: suelen padecer hipertensión arterial, ser diabéticos o/y obesos.

Habida cuenta de que los cambios en la composición de la microbiota intestinal observados en estas enfermedades metabólicas son los mismos que los vinculados al envejecimiento, ¿no convendría determinar el papel de la microbiota intestinal en esta relación?

Como ya hemos recalcado en artículos anteriores,  la comunidad de microorganismos presente en el intestino no es estable: evoluciona a lo largo de la vida. La colonización microbiana comienza desde el mismo nacimiento; la madurez adulta de la microbiota se alcanza sobre los tres primeros años de vida y la diversidad va decayendo a medida que envejecemos. Este fenómeno se exacerba en las personas mayores ingresadas en residencias.

Según un informe  del International Long Term Care Policy Network, los fallecimientos entre los ancianos que pasaron el confinamiento en residencias fueron más elevados que entre aquellos confinados en un domicilio, si bien las estadísticas varían entre países.

Tal y como recalca Guarner en el artículo, la mayoría de los casos de infecciones por coronavirus son asintomáticos y leves. “La muerte se produce cuando el sistema inmunitario se acelera” y “la gran mortandad observada en las  residencias de ancianos podría estar vinculada a una respuesta inflamatoria inapropiada ante la infección por coronavirus”.

La microbiota intestinal desempeña un papel preponderante en la fase de aprendizaje del sistema inmunitario a partir de los primeros momentos de vida y garantiza asimismo su buen funcionamiento más adelante. Uno de los procesos naturales vinculados al envejecimiento es la incapacidad de aportar respuestas inmunitarias adaptadas, así como la inflamación causada por un exceso de citoquinas. Según un estudio de Guarner publicado en 2012, la activación crónica de citoquinas — muy habitual durante el envejecimiento — también está ligada a la pérdida de diversidad de la microbiota intestinal, desembocando en un círculo vicioso.

“Esta situación de inflamación crónica — conocida bajo el nombre de “inflammaging” en inglés — es mucho más frecuente en los ancianos de residencias que en los que conviven con sus familiares”, afirma en el artículo. Y añade que ”esta pérdida de diversidad de la microbiota intestinal podría deberse al  uso frecuente de antibióticos  en las residencias de ancianos” así como a una alimentación desequilibrada.

Ciertas especies de bacterias son beneficiosas, ya que poseen propiedades antiinflamatorias o contribuyen a rebajar la inflamación. Desempeñan además funciones diversas en el aprendizaje y la regulación del sistema inmunitario, lo que significa que pueden prevenir o aliviar las alteraciones inmunitarias que conducen a las formas graves de COVID-19.

Los científicos buscan ahora aclarar el posible papel de la microbiota intestinal en la protección o al contrario, en el incremento del riesgo de contraer una forma grave de la infección. Según Guarner, una de las hipótesis barajadas es que trazar el perfil de la microbiota intestinal podría ayudar a identificar a los individuos que envejecen con más complicaciones para la salud (las que presentan mayores niveles de inflamación). Los profesionales de salud podrían entonces intervenir en su alimentación o en la toma de tratamientos farmacológicos para restablecer una composición de la microbiota adecuada. Y concluye afirmando que: «Estas medidas podrían proteger a las personas mayores contra las formas más graves de COVID-19 y reducir la mortalidad en las que residen en geriátricos. »