Cualquiera que acuda a una librería (real o virtual) en busca de un libro sobre microbiota, se encontrará seguramente con un extenso catálogo de obras sobre la temática, desarrolladas desde los más diversos enfoques. ¿Qué lleva a un periodista o escritor a querer publicar otro libro sobre la importante comunidad de bacterias que habita nuestros intestinos?  Para responder a esta pregunta hemos hablado con Cristina Sáez, periodista científica que, junto a la Fundación Alicia, ha publicado recientemente “La ciencia de la microbiota”.

Editado en español y catalán (a partir de septiembre) por Libros Cúpula, “La ciencia de la microbiota” aborda desde una mirada práctica y accesible la importancia y las funciones que realiza nuestra microbiota intestinal, los 39 billones de bacterias que alojamos en nuestro tracto digestivo. Con información de máximo rigor científico, modernas ilustraciones, recetas y entrevistas a expertos de renombre mundial, esta obra parte de una premisa: debemos cuidar de estos microorganismos para que ellos cuiden de nosotros.

Además de colaboradora habitual de diversos medios de comunicación, Cristina integra desde hace años el equipo editorial de Gut Microbiota for Health. Hoy le hemos pedido que cambie su rol para responder a algunas preguntas sobre su obra.

 

¿Qué aporta de diferente este libro respecto a otros?

En el mercado hay muchísimos libros que hablan sobre la microbiota intestinal, algunos desde un punto de vista científico, centrándose en explicar, por ejemplo, las funciones que cumple la microbiota en el cuerpo. Muchos lo hacen con un lenguaje que a veces no es del todo asequible a toda la población y, desde un punto de vista científico, a otros les falta cierto rigor.

También hay opciones orientadas a ofrecer recetas o cómo cuidarse a través de la alimentación. Junto a la Fundación Alicia nos dábamos cuenta de que muchos libros ponían el énfasis en dietas que hacían recomendaciones de alimentación utilizando palabras de moda, como super alimentos, super food, super energy… En la mayoría de los casos eran alimentos exóticos y que tampoco tenían detrás evidencia científica que sustentara una recomendación de su consumo. Hay que tener en cuenta que la ciencia de la microbiota es muy joven. Hay muchísimos estudios, la mayoría de ellos se hacen con un número pequeño de participantes o con ratones, y no se pueden dar por válidas esas conclusiones hasta que no se replican en humanos.

Nuestro libro es diferente porque busca ser para todo el mundo, para quienes se quieren cuidar, pero no aporta ninguna solución milagrosa; simplemente permite acceder de forma fácil y clara a la evidencia científica, lo que se sabe sobre cómo cuidar a la microbiota, y lo traslada al día a día. Entonces, por ejemplo, en el tema de la alimentación, intentamos huir tanto de esas dietas milagrosas como de súper alimentos, y nos basamos en la ciencia: no hay nada mejor que seguir la Dieta Mediterránea, basada en frutas, verduras, legumbres, granos enteros, tubérculos, frutos secos, semillas, que es lo que a la microbiota “le gusta”.

Nuestras bacterias intestinales quieren fibra, fibra y más fibra. En el libro hacemos un poco de broma y decimos que les gustan las recetas de la abuela, en el sentido de que lo que mejor le va a la microbiota son alimentos locales, a los que está acostumbrada desde hace muchísimas generaciones; de temporada, porque contienen muchos más nutrientes y propiedades organolépticas que aquellos que se han pasado meses en una cámara frigorífica o han viajado en avión desde la otra punta del mundo. Y las recetas de la cocina tradicional.

 

En tu libro das muchos consejos, imagina que tienes que ofrecernos un top 3 de recomendaciones.

Si tuviera que dar tres consejos para cuidar de nuestra microbiota intestinal y que ella nos cuide a nosotros, diría:

  1. Come bien. Sigue la Dieta Mediterránea, que tu alimentación se base en frutas, verduras, legumbres, granos enteros, semillas, tubérculos, frutos secos. Que esa sea la base y.
  2. Cuídate tú. ¿Qué quiere decir? Realiza un poco de ejercicio de manera regular. No vale con ir a correr un día y no volver hasta dentro de 15 días…Intentemos dormir al menos siete horas, que es la cantidad diaria óptima recomendada para gozar de buena salud,, sobre todo a partir de los 40 años. Y el estrés, ¡a raya!
  3. Por último, una muy buena forma de cuidar nuestra microbiota intestinal es teniendo una buena vida social. Cuantos más amigos y más relación con ellos, más abrazos (que además nos van a generar serotonina y oxitocina), cuantos más ratos con la familia o con la gente querida disfrutemos, más bacterias intercambiaremos que enriquecerán nuestra multitud interior. Y si, además, damos un paseo por la montaña, estamos en contacto con la naturaleza -y con la ingente cantidad de bacterias que la habitan-, mejor será.

O sea que el top tres es simple: aliméntate bien, cuídate y rodéate de buena gente.

 

¿Cómo ves el futuro de la investigación alrededor de la microbiota?

Creo que la investigación de la microbiota intestinal es un campo fascinante. Cada vez iremos descubriendo más y más relaciones entre estos ocupas intestinales y su conexión con nuestra salud y con nuestra enfermedad. Se han abierto campos muy interesantes, particularmente el del eje intestino-cerebro. ¿Cómo puede ser que las bacterias intestinales estén influyendo en cómo nos sentimos, en qué pensamos? ¿Cómo pueden estar detrás de enfermedades que son grandes males que ahora tenemos en Occidente, como el Alzheimer, las demencias en general o la depresión?

Este campo fascinante irá dando resultados cada vez más interesantes y podremos saber más sobre el papel que desempeñan esas bacterias en nuestra salud. Poco a poco iremos aprendiendo cómo hacer para que estén mejor, más equilibradas, que sean más diversas y así aprender también a modular esa comunidad de microorganismos para tratar síntomas y enfermedades. Aunque  para que eso suceda tenemos que esperar unos cuantos años, hasta que mucha de la investigación que ahora se está realizando y que está dando unos primeros resultados muy prometedores en grupos reducidos de voluntarios o en ratones, llegue a ser replicable y aplicable a la clínica.