Desde que las primeras criaturas de tipo humano habitan la tierra, han tenido que modificar su comportamiento y sus características físicas para adaptarse a su entorno. Pero los científicos comienzan ahora a entender que los genes humanos no pueden llevarse todo el mérito de las adaptaciones que se han ido produciendo a lo largo del tiempo. Parece que cada vez más indicios apuntan a que nuestros microbios han tenido su importancia en cómo hemos evolucionado. El modelo evolucionista del hologenoma, presentado por primera vez en 2008 por científicos israelís, considera la información genética del huésped y de sus microbios combinada como una sola unidad de evolución que varía en respuesta a los nuevos retos del entorno.

El Dr. Michael Shapira, investigador de la Universidad de California, en Berkeley (Estados Unidos) ha publicado un artículo científico que pone en evidencia que los datos que apoyan esta teoría del hologenoma son cada vez más numerosos. La mayoría de estos datos provienen de insectos cuya breve esperanza de vida facilita el estudio de múltiples generaciones en un espacio de tiempo más reducido. Pero según Shapira, estas ideas podrían extrapolarse a los mamíferos, y en concreto al hombre. La microbiota más abundante en los mamíferos se encuentra en el intestino del huésped y, en opinión de Shapira, esta microbiota específica podría contribuir a la adaptación del huésped de diferentes maneras.

Para empezar, explica Shapira, existen muchos más genes en el microbioma intestinal que en el genoma humano, por lo tanto este gran conjunto de genes microbianos podría facilitar una evolución más rápida. Además, el microbioma intestinal intercambia microbios con su entorno permanentemente (mediante actividades como la alimentación o el contacto social); esta transferencia de microbios incluye el intercambio de información genética que podría resultar útil para el huésped.

Tomemos el ejemplo del microbio de un insecto y su interacción con el potencial de modelar la evolución: En 2012, científicos japoneses  estudiaron chinches que habían estado en contacto con insecticidas en su entorno; dichos insectos habían obtenido del suelo unos microbios que degradaban el insecticida y que les ayudaban a sobrevivir en caso de exposición y a vivir lo suficiente para dar nacimiento a la siguiente generación. Por tanto, un microbio del intestino del insecto, que a primera vista no se distinguía de los demás, resultó tener una función crucial de adaptabilidad frente a un reto del entorno de la chinche.

«En mi opinión, se trata de un ejemplo de las ventajas que presenta tener un conjunto flexible de microbios», explica Shapira en un artículo del Berkeley News. «Es una forma de lograr adaptarse».

En este reciente artículo, Shapira proponía la existencia de un grupo «central» de microbios en el intestino del huésped, que podría estar condicionado por los genes, y un grupo «flexible» que dependería de aspectos ligados al entorno del huésped. Según el científico, el establecimiento de ciertos microorganismos en el intestino estará probablemente condicionado tanto por los genes como por el entorno.

Con su recopilación constante de datos, Shapira y otros científicos modificarán el marco del hologenoma para que se ajuste a los conocimientos sobre la amplia variedad de interacciones huésped-microbio y microbio-microbio. Poco a poco alcanzaremos una mejor comprensión del complejo sistema de cooperación que ha hecho de los humanos lo que somos.

 

Referencias:

Shapira M. Gut Microbiotas and Host Evolution: Scaling Up Symbiosis. Trends in Ecology & Evolution. 2016. doi: http://dx.doi.org/10.1016/j.tree.2016.03.006