Dolor o malestar en la parte inferior del abdomen, hinchazón o alteración en la frecuencia de las deposiciones, son algunos de los síntomas asociados al Síndrome de Intestino Irritable (SII), una enfermedad crónica de la que se desconoce el origen y para la que no existen tratamientos curativos, sólo recomendaciones para paliar la sintomatología. En países occidentales constituye la primera causa de consultas en gastroenterología, ya que afecta en torno al 15% de la población, sobre todo a mujeres, restringiendo su calidad de vida.

Un estudio reciente realizado por un equipo de investigadores del Vall d’Hebron Institut de Recerca (VHIR) ha arrojado algo de luz sobre esta enfermedad y abierto la puerta a posibles tratamientos. “Hemos descubierto que los pacientes diagnosticados con síndrome de intestino irritable tienen una mayor actividad inmunitaria en su intestino delgado que las personas sanas”, indica a www.gutmicrobiotaforhealth.com la doctora María Vicario, investigadora principal del estudio, publicado hace unos días en la revista Gut y destacado en Nature Reviews, Gastroenterology and Hepatology.

Este descubrimiento es particularmente importante, creen los expertos.  Saber que el SII afecta al sistema inmunitario clave para poder realizar un mejor diagnóstico y buscar nuevas opciones de tratamiento.

Mayor cantidad de anticuerpos

El intestino, delgado y grueso, es el órgano del cuerpo en el que se concentran más células del sistema inmunitario y también donde más anticuerpos se producen. Esto es así porque funciona de barrera, impidiendo que sustancias nocivas puedan causar enfermedades. Y es que es el intestino – y no la piel, como solemos pensar – la superficie del cuerpo humano con mayor contacto con el medio exterior. Desde la boca hasta el ano, por el tubo digestivo entran y salen continuamente sustancias que pueden ser potencialmente nocivas. Es por ello que necesita disponer de un sistema de defensa extremadamente eficaz, que sepa diferenciar correctamente a los “amigos” de los potenciales patógenos.

En el SII se habían estudiado hasta ahora algunos mecanismos de defensa, pero, paradójicamente, el más importante en términos de cantidad de anticuerpos, no se había valorado aún y esa fue la premisa de la que partió este equipo de científicos para desarrollar su estudio. “Sabíamos que los pacientes con SII tienen alterado el epitelio del intestino, la barrera física que impide que entren en el cuerpo sustancias tóxicas. Se ha visto que esta barrera es más permeable en las personas con SII y, por tanto, más susceptible al paso de sustancias que pueden provocar, por ejemplo, inflamación”, explica Vicario, doctora en farmacología y colíder de este grupo de investigación. De ahí que parezca lógico que en estas personas las defensas en el intestino delgado estén más activadas.

Vicario y su equipo vieron que la mayoría de los anticuerpos hallados en el intestino delgado de aquellos pacientes con SII son inmunoglobulinas del tipo igG, mucho más eficaces que otro tipo de anticuerpos. Para ello, realizaron un análisis de expresión de genes a muestras de más de 600 personas, algunas sanas y otras con SII, recogidas por este grupo de investigadores durante años por toda la Península Ibérica. Los resultados mostraron alteraciones a nivel molecular y celular hasta el momento no descritas y asociadas a la gravedad de la sintomatología. “Vimos que había una correlación directa entre la cantidad de células inmunitarias  y los síntomas que sufrían estas personas. Es decir, que cuanto más visitaban el baño, mayor secreción de igG se producía, explica la investigadora española.

Vicario cree que esta generación de anticuerpos podría estar promovida por microorganismos o alimentos, aunque todavía no han podido identificarlos. A pesar de que los investigadores del VHIR no han tomado la microbiota como objeto de estudio en esta investigación, creen que la comunidad bacteriana del intestino podría desempeñar un papel esencial en la sobreactivación de las defensas. “Las bacterias en el intestino tienen un papel fundamental, primero como defensa, porque compiten con otras bacterias potencialmente dañinas para evitar que éstas invadan el organismo. En segundo lugar, algunas especies están relacionadas con la absorción de determinados nutrientes y con la producción de factores defensivos”, considera Vicario.

Los investigadores del VIHR esperan que su descubrimiento ayude a desarrollar un marcador biológico para  identificar la enfermedad, que actualmente sólo se diagnostica por criterios clínicos y tras descartar otras patologías. “Esperamos poder diseñar en breve un kit diagnóstico que nos permita diferenciar un intestino irritable de otro con patologías asociadas a enfermedades funcionales del tracto digestivo, como diarrea o estreñimiento, pero que no están afectados por el SII”, afirma Vicario.