El principio de inocuidad es fundamental en medicina. Significa que los médicos se muestran generalmente muy cautos frente a cualquier tratamiento que entrañe un peligro, aunque exista alguna oportunidad de que cure al paciente. Por lo tanto, si los médicos del mundo entero se han mostrado tan desprendidos con la administración de antibióticos en el pasado, es porque no los consideraban arriesgados.

En el libro Missing Microbes (Los microbios desaparecidos): How the Overuse of Antibiotics Is Fueling Our Modern Plagues (Cómo el uso excesivo de antibióticos está impulsando nuestras plagas modernas),  el Dr. Martin Blaser de la Universidad de Nueva York, pone en entredicho la asunción de que los antibióticos no conllevan riesgos.  Explica cómo, en su calidad de médico e investigador, ha podido constatar cómo esos fármacos pueden afectarnos a largo plazo.

“No estoy  más en contra de los antibióticos de lo que podría estarlo de los helados -ambos cumplen perfectamente  su función-  pero a veces se puede dar un exceso de cosas buenas”, escribe Blaser. El autor ilustra esta idea explicando cómo los antibióticos han ayudado a muchos de sus seres queridos, llegando incluso a salvar su propia vida cuando se vio aquejado de fiebre tifoidea. También hace un repaso de «la edad dorada de la medicina», a mediados de los años cuarenta, cuando los antibióticos ayudaron a poner freno a la meningitis, la fiebre escarlata o la tuberculosis, entre otras muchas patologías. Sin embargo,  establece una clara distinción entre estos casos y el uso reflexivo y generalizado que parece la tónica general de nuestros días. Cuando se recurre a la penicilina para tratar una infección del tracto respiratorio superior, se pasa a formar parte del problema.

No estoy  más en contra de los antibióticos de lo que podría estarlo de los helados -ambos cumplen perfectamente  su función-  pero a veces se puede dar un exceso de cosas buenas

El mensaje de Blaser es que los antibióticos son muy potentes. Matan bacterias, de hecho esa es su función, pero quizás maten demasiadas. Al menos mil  especies bacterianas habitan en el intestino de una persona, y según Blaser, el uso tan extendido de antibióticos está desembocando en la desaparición de algunas especies importantes, mutilando así el «órgano invisible» que contribuye a mantenernos con vida. Estos son microbios perfectamente adaptados para compartir nuestras vidas. Han coevolucionado con nosotros, con lo cual perderlos significa perder una parte de nosotros mismos.

missing microbes_blogLos efectos de estas extinciones siguen siendo sujeto de debate en el mundo científico, pero en este libro, muy comprometido, Blaser presenta pruebas de que jugar con la microbiota en los primeros años de vida puede acarrear más adelante consecuencias como la obesidad. Durante el transcurso de una serie de experimentos su laboratorio descubrió que los ratones que recibían dosis de antibióticos subterapéuticas acumulaban más grasa en sus cuerpos que los demás; no se modificaba su diversidad bacteriana, pero sí las proporciones bacterianas y sus funciones. En los roedores, una exposición breve a antibióticos en las primeras etapas de la vida tenía un efecto para toda la vida. Se ha demostrado que los niños que consumen antibióticos en los primeros seis meses de vida tienen, más adelante, tendencia a engordar. Sin embargo, estas pruebas no son del todo sólidas: son de tipo correlacional. Blaser lleva  su razonamiento más allá, argumentando que los microbios desaparecidos  en la primera fase de la vida  en humanos están vinculados a enfermedades crónicas como diabetes, enfermedad celíaca, EII (enfermedad del intestino irritable), alergias, y posiblemente, autismo.

Pero tal y como señala Blaser, no se puede responsabilizar a los antibióticos de todos los males. La microbiota de los neonatos y niños en general también sufre otro tipo de agresiones. En algunos países (Estados Unidos, por ejemplo) los antibióticos están presentes en numerosos productos animales de consumo. Y si un  niño ha nacido por cesárea, este proceso no le ha permitido heredar toda la colección de microbios de su madre. Blaser afirma que el problema empeora  de generación en generación, ya que los niños van creciendo con una microbiota ligeramente empobrecida.

El libro también se hace eco del famoso problema de la resistencia a los antibióticos: cómo los antibióticos acaban por matar todo menos las bacterias que tienen los mecanismos para resistir, y estas prosperan en el cuerpo y resisten al próximo tratamiento antibiótico. Esta resistencia acabará consiguiendo que  los fármacos se vuelvan ineficaces frente a infecciones específicas. Blaser, sin embargo, se centra en su libro en la cuestión  de cómo los antibióticos aumentan nuestra vulnerabilidad frente a las enfermedades crónicas.

No todos los científicos comparten el punto de vista de Blaser. Alcanzar la verdad en el mundo de la ciencia es como ir picando poco a poco un bloque de mármol con la esperanza de obtener el David de Miguel Ángel: cada observación, cada estudio, desvela progresivamente cada vez más partes del producto acabado. En este caso, el producto sería la comprensión de las ventajas y los inconvenientes de los antibióticos. Sin ningún género de dudas, este tipo de medicamentos nos han aportado mucho, y el tiempo nos dará una mejor idea del riesgo que conllevan.

Para acabar, el libro de Blaser ofrece unas pocas recomendaciones muy sensatas.  Usar los antibióticos con cautela, y no recurrir a ellos de forma preventiva. También sugiere que habría que prohibir su uso para engordar al ganado y mejorar las prácticas en los partos para asegurarse de que las mujeres  solo recurren a la cesárea como última solución. Por último, señala asimismo que si se continúa investigando, algún día se acabará por entender cómo los probióticos y los prebióticos pueden ayudarnos a recuperar nuestros microbios perdidos.