Dolor abdominal, flatulencia, cambios en la frecuencia y consistencia de las heces, son algunos de los síntomas vinculados al síndrome del intestino irritable (SII), un trastorno funcional crónico de origen desconocido. No tiene tratamiento,  tan solo recomendaciones para paliar sus síntomas. En los países occidentales, cerca de dos de cada diez consultas de gastroenterología  se deben a este trastorno.

 

El profesor Magnus Simrén, investigador de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), es el presidente del comité científico de la Federación Europea de Gastroenterología  (United European Gastroenterology – UEG). Recientemente asistió a la 4a Cumbre Mundial sobre Microbiota Intestinal para la Salud, donde pudimos entrevistarle acerca de este síndrome.

 

¿Cómo se puede identificar clínicamente el SII?

Solo se puede identificar a través de sus síntomas. Se caracteriza por una combinación de dolor abdominal, malestar y  una flatulencia excesiva, tres factores íntimamente relacionados. Cuando los médicos, para indagar, toman muestras de sangre, por ejemplo, obtienen resultados completamente normales. Por lo tanto, no es necesario llevar a cabo pruebas exhaustivas en los pacientes si estos ya tienen estos síntomas específicos del SII. Lo que los facultativos deben buscar son las otras señales de alarma, como la presencia de sangre en las heces.

 

¿Las condiciones psicológicas de un paciente pueden influir en el SII?

A pesar de que el SII no sea una enfermedad psicológica, los síntomas pueden empeorar debido a factores psicológicos, pero también a la dieta. Los factores psicológicos afectan a los síntomas, pero no son la única causa de estos últimos.

 

¿Se trata de una enfermedad grave?

Desde un punto de vista médico, el SII no es una enfermedad grave en sí: no es mortal y no muta en enfermedades más peligrosas. Sin embargo, tiene un gran impacto en la vida de los pacientes: reduce su calidad de vida, su capacidad de trabajo y de funcionar normalmente en la sociedad. Por lo tanto, desde un punto de vista personal, podría considerarse un trastorno grave. Esto no implica que todos los pacientes de SII estén seriamente afectados; algunas personas apenas tienen síntomas, y otras en cambio padecen síntomas muy molestos.

 

¿Existen biomarcadores eficaces para diagnosticar este trastorno?

Estamos investigando para encontrar biomarcadores clínicos que resulten útiles, como los análisis de sangre, los de heces o cualquier otra prueba que nos ayude a diagnosticar el SII. Pero por ahora, lamentablemente no hemos dado con ninguno y por lo tanto tenemos que seguir guiándonos por los síntomas para diagnosticarlo.

 

¿Podrían utilizarse las alteraciones de la microbiota como biomarcadores?

Numerosos estudios han demostrado que parecen existir alteraciones de la composición de la microbiota intestinal, al menos en un subgrupo de pacientes de SII, comparada con la del grupo de control de los pacientes sanos. No obstante, seguimos sin descubrir bacterias de un entorno específico que puedan caracterizar el SII. Por el momento, parece más relevante el equilibrio entre los diferentes tipos de microbios que aparece alterado en esos pacientes. Se está investigando profusamente en este campo. Se publican estudios sobre la cuestión prácticamente cada día, o por lo menos muy a menudo. ¡Estamos empezando!

 

¿Cuál es entonces el papel de la microbiota?

La microbiota intestinal interacciona con todas las funciones del organismo, y por ello resulta esencial contar con unas bacterias sanas. Si se altera la composición de esta microbiota, podría afectar a distintos órganos, incluido el cerebro, un interesante fenómeno poco explorado.

 

¿El eje cerebro-intestino?

¡Exactamente! Se conoce poco acerca de este vínculo, pero se sabe que existe una relación entre lo que sucede en el intestino y la forma en que el cerebro reacciona o incluso se comporta. En investigaciones realizadas con animales se ha podido observar cómo al cambiar la composición de la microbiota intestinal  ¡se conseguía modificar el comportamiento de los roedores! Existen incluso datos referentes al hombre: algunos estudios han mostrado que las alteraciones de la microbiota en mujeres sanas afectaba al comportamiento de su cerebro.

 

Actualmente, sabemos que la microbiota intestinal está relacionada con un gran número de enfermedades, desde el Autismo al Parkinson pasando por el Alzheimer

Siempre que se concentra tanto interés en un ámbito del conocimiento científico, se tiende a sacar conclusiones precipitadas. No creo que la microbiota intestinal sea la panacea para todo. Tenemos que mostrarnos muy cautos. En el caso del SII, por ejemplo, algunos científicos afirman que se trata de una enfermedad microbiológica, pero esto no se ha demostrado todavía. Lo único que se ha podido constatar por ahora es que algunas alteraciones podrían ser relevantes para el trastorno, pero quizás solo para algunos pacientes de SII. Nos queda aún por definir los grupos para los que las alteraciones de la microbiota intestinal resultan significativas. En este sentido, se podrían manipular los síntomas a través de la alteración de la composición de la microbiota intestinal, todo ello mediante diferentes dietas, o con probióticos, antibióticos o prebióticos, por ejemplo.

 

¿Podría el deporte contribuir al tratamiento de este síndrome?

Esto no se ha demostrado. No existen estudios que hayan combinado la microbiota intestinal, el deporte y el SII. Cuatro años atrás, mi equipo llevó a cabo un estudio en el que se pedía a los pacientes que aumentaran su actividad física. Cuando lo hicieron, consiguieron reducir sus síntomas gastrointestinales. Sin embargo, no llegamos a analizar la composición de su microbiota intestinal.

 

¿Puede el SII ser hereditario?

Sí que tiene algo de hereditario; en parte vinculada a los genes y en otra, ligada a factores ambientales comunes. Sabemos que puede ser cosa de familia, pero no se trata de una regla absoluta. Que su madre sufra de SII no implica necesariamente que este sea su caso, pero sí tendrá usted un mayor riesgo de padecer este trastorno. Por lo tanto, se puede decir que el SII tiene un componente genético, pero en gran medida se debe a factores ambientales como la dieta, el estilo de vida, el nivel de estrés, o la resistencia, entre otros.