En algunos países como Reino Unido y Estados Unidos en los últimos meses se ha puesto muy de moda una práctica entre los padres que acaban de tener un bebé por cesárea: embadurnar a su recién nacido con los fluidos vaginales de la madre. Lo que se conoce como ‘siembra vaginal’.

Lo que pretenden con esta práctica no es otra cosa que intentar restaurar la colonización normal de la microbiota de su hijo. Numerosos estudios han demostrado que los niños que nacen vaginalmente desarrollan una microbiota similar a la de sus madres, mientras que los que lo hacen por cesárea tienen una microbiota compuesta por bacterias de la piel e incluso presentes en el quirófano. Además, la cesárea se ha asociado a un riesgo incrementado de padecer enfermedades como alergias y asma.

En este sentido, apenas unas semanas atrás los investigadores María Gloria Domínguez-Bello y José Clemente, de la Escuela de Medicina de Nueva York y de la Escuela de Medicina de Mount Sinai respectivamente, publicaban un novedoso estudio en Nature Medicine en el que demostraban que podían modificar la microbiota de los niños nacidos por cesárea exponiéndolos a fluidos vaginales.

Para ello, untaron la cara de recién nacidos en los minutos posteriores al parto con una gasa impregnada en los fluidos vaginales de la madre (la gasa la habían colocado en la vagina de la mujer horas antes del parto). Al analizar la microbiota presente en las heces de los bebés 30 días después, comprobaron que tenían una microbiota más rica y diversa, similar a la de los niños nacidos por parto vaginal.

A pesar de estos resultados positivos, los autores de este estudio se muestran cautos. “Aún es pronto para comenzar a implementar esta técnica en hospitales. Hacen falta estudios longitudinales”, explica a Gut Microbiota for Health José Clemente, quien prosigue: “el nuestro es un estudio de ciencia básica, que realizamos en un entorno clínico en que controlábamos una serie de factores de riesgo. Por ejemplo, nos aseguramos de que las madres no tuvieran ningún microorganismo patógeno en la vagina, para así evitar traspasárselo al bebé”.

Y esto último, controlar que no se traspasen bacterias patógenas, como Estreptococo del grupo B (que puede incluso provocar la muerte del bebé) o los microorganismos que causan gonorrea, clamidia o herpes genital, es la principal preocupación de algunos expertos, que alertan que puede ser peor el remedio que la enfermedad y que una siembra vaginal no controlada puede acabar acarreando infecciones a los recién nacidos.

“Esta práctica aún no ha demostrado ser beneficiosa y comporta un riesgo para el bebé”, alertaban hace unas semanas en el British Medical Journal tres especialistas en neonatos, con el investigador en enfermedades infecciosas Aubrey Cunnington, del Imperial College de Londres, al frente.

De esa misma opinión es Clemente, quien aconseja cautela y recuerda que “es importante que la gente entienda que no deben hacerlo [la siembra vaginal] por su cuenta porque están exponiendo a los bebés a posibles peligros. Si alguien está interesado en el baño vaginal, puede contactarnos y le daremos más información o tal vez incluso podamos incorporarlo a nuestro estudio”.

A pesar de las precauciones científicas, como Cunnington y colegas remarcaban en su artículo en el BMJ, que si los padres deciden optar por aplicar esta técnica a sus bebés, “debemos asegurarnos de que están bien informados acerca de los posibles riesgos”. Y recomendaban que hasta que no haya más evidencia científica acerca de los beneficios de realizar baños vaginales a los bebés, las madres optaran por la lactancia materna y por evitar los antibióticos cuando no sean necesarios. Esos dos gestos, aseguraban, pueden contribuir más al establecimiento de una microbiota saludable en el intestino del bebé que embadurnar al niño en fluido vaginal.

 

Referencia

Cunnington Aubrey J, Sim Kathleen, Deierl Aniko, Kroll J Simon, Brannigan Eimear, Darby Jonathan et al. “Vaginal seeding” of infants born by caesarean section BMJ 2016; 352 :i227

Dominguez-Bello MG, et al. (2016) Partial restoration of the microbiota of cesarean-born infants via vaginal microbial transfer. Nature Medicine 22, 250–253 doi: 10.1038/nm.4039