1673141671A menudo se dice que “somos los que comemos” y conforme avanza la investigación sobre la relación entre la dieta y la microbiota intestinal esta expresión toma mayor significado. Es conocido que una dieta rica en fermentos vivos como los probióticos puede modificar la composición de la flora intestinal. Además, el consumo de este tipo de productos podría también influir en la función cerebral, según se ha podido observar en distintos estudios realizados en animales en los últimos años. Estas conclusiones podrían también aplicarse a los seres humanos, según ha demostrado un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) que indica que las bacterias que se ingieren mediante la dieta pueden influir en cómo el cerebro reacciona ante el entorno.

La  investigación analizó a tres grupos de mujeres, uno que consumió leche fermentada enriquecida con probióticos y otros dos cuya dieta no incluía este tipo de alimentos. El grupo que consumió de forma habitual el lácteo fermentado con probióticos mostró un patrón de función cerebral distinto al resto. Se escaneó, mediante resonancia magnética funcional, los cerebros de las mujeres en estado de reposo y en respuesta a una actividad en la que veían rostros con miedo o enfado y debían corresponderlos con otras imágenes que mostraban las mismas emociones. Con ello se quería evaluar el nivel de participación de regiones cerebrales vinculadas con la afectividad y la cognición. Las mujeres que habían consumido yogur con probióticos mostraron una actividad inferior en la zona de la ínsula, una parte del cerebro ligada a la emoción y a los sentimientos y que procesa e integra sensaciones internas del cuerpo como las que generan los intestinos. Además, también fue menor el grado de participación de una amplia red cerebral que incluye áreas vinculadas a la cognición y a algunas emociones.

Es sabido por los investigadores que el cerebro envía señales al intestino, lo que explica que el estrés y otras emociones puedan contribuir a los síntomas gastrointestinales. La Dra. Kirsten Tillisch, profesora adjunta de medicina de la UCLA, explica que el estudio confirma que esas señales también viajan en la dirección opuesta: es decir, del intestino al cerebro, algo que había sido demostrado hasta el momento sólo con modelos animales.

La investigación, publicada en la revista Gastroenterology, podría abrir nuevas vías para la investigación de tratamientos alimentarios o farmacológicos para mejorar la función cerebral y llegar a sentar las bases de una nueva expresión: “sentimos según comemos”.