Radiación cósmica, microgravedad: dos de los fenómenos a los que los astronautas se enfrentan durante su actividad y de los que los demás no nos preocupamos nunca aquí en la tierra. Pero si hay algo a lo que los astronautas no se exponen, es a una gran variedad de bacterias. Tanto durante los ejercicios de entrenamiento en entornos confinados, como durante los vuelos espaciales, los equipos técnicos no escatiman esfuerzos para asegurarse de que el medio en que se desenvuelven los astronautas se mantenga impoluto – esterilizando su comida, sus camas, tratando su agua e incluso filtrando el aire que respiran.
Evitar hasta el último microbio resulta imposible, por supuesto, incluso en un entorno tan controlado como el de una nave espacial o unas instalaciones de entrenamiento. Pero así y todo, la diversidad microbiana del entorno de un astronauta es realmente pobre. Los cuerpos de los astronautas no sufren el bombardeo de todo tipo de sustancias externas que es totalmente normal en la vida de un terrícola cualquiera.
Los científicos han considerado que esta protección anti-microbiana era necesaria para proteger la salud de los astronautas, ya que es sabido que su trabajo va asociado a una funcionalidad inmunitaria mermada y a la vulnerabilidad frente a agentes patógenos. Los científicos han descubierto que virus como el varicela-zóster y el de Epstein-Barr —que el cuerpo alberga normalmente en su forma inactiva porque el sistema inmunitario los mantiene a raya— pueden reactivarse en los astronautas durante sus misiones espaciales, lo cual denota una inmunidad frágil. En el espacio, incluso los roedores presentan deficiencias en sus sistemas inmunitarios: un estudio, llevado a cabo con ratones a bordo de la Estación Espacial Internacional reveló alteraciones en parámetros específicos del sistema inmunitario durante un periodo de 91 días respecto a otros ratones que se habían quedado en tierra. Lo cual parece justificar este empeño en mantener a las bacterias patógenas alejadas de su entorno.
Los científicos se plantean administrar a los astronautas una combinación de probióticos para compensar los microbios de los que carecen y contribuir así a su función inmunitaria
Sin embargo, un estudio relativamente reciente realizado sobre la microbiota intestinal de los astronautas, ha sacado a la luz un posible inconveniente de estos medios estériles. La lucha por eliminar todos los microbios podría, paradójicamente, poner en peligro la salud de los astronautas —algunos científicos creen que estos entornos no estarían apoyando de forma adecuada a la microbiota intestinal y su papel en el mantenimiento de un buen estado de salud. Cabe destacar que los astronautas subsisten alimentándose de alimentos procesados libres de especies de bacterias comensales que podrían «estimular» a la microbiota intestinal.
El sistema inmunitario vigila continuamente su entorno más cercano, incluidos los microorganismos inofensivos de la comunidad microbiana intestinal, a fin de permanecer alerta y flexible ante un medio cambiante que puede contener organismos patógenos. En el marco de un proyecto denominado ICELAND, investigadores —entre los que se encuentran, entre otros, científicos como Paul Enck, Joël Doré, y John Penders—, están actualmente investigando al personal de la estación antártica Concordia (una base remota utilizada para estudiar condiciones extremas como el espacio) y si la estancia prolongada de este grupo de personas en un medio confinado y estéril desestabiliza sus sistemas inmunitarios y desemboca en una salud más frágil debido a la baja diversidad de una microbiota intestinal empobrecida. Su objetivo es el de estudiar el número total de bacterias en el intestino, las bacterias específicas presentes y la diversidad global, así como la reactividad, repertorio y memoria inmunitarios (por ejemplo, el declive de la memoria de las vacunas) como resultado de un entorno con un bajo número de microbios. Las investigaciones futuras podrían seguir esa senda y estudiar los mismos parámetros en astronautas que se encuentren realmente en misiones espaciales.
Si los resultados en astronautas vienen a apoyar esta teoría, suministrarían pruebas cósmicas para una teoría más terrenal: la hipótesis de la higiene. Esta conocida hipótesis apunta a una falta de exposición a los microorgansimos, atribuible en parte a «unos mayores niveles de higiene personal», como responsable del incremento en la incidencia de enfermedades vinculadas al sistema inmunitario, como el asma y las alergias. Cada vez son más numerosas las pruebas que sustentan esta idea y es cierto que en la tierra se pueden estudiar numerosos entornos con comunidades microbianas diversificadas (como en el caso de la reciente comparación de los hogares de los amish y los huteritas y el riesgo de asma y de alergia entre sus hijos). Pero ninguno de estos entornos llega a ser tan estéril como los que se dan en las actividades ligadas al espacio.
Los científicos se preguntan asimismo si sería posible administrar a los astronautas una combinación de probióticos especialmente diseñada para ellos para compensar los microbios de los que carecen y contribuir así a su función inmunitaria. Si este método tuviera éxito, aportaría una nueva perspectiva a la hipótesis de la higiene: el modelo actual se centra principalmente en cómo la inmunidad y las enfermedades vinculadas a la inmunidad evolucionan a lo largo de la vida de un individuo, pero una intervención con éxito en el espacio podría revelar el potencial para modular la inmunidad o incluso el riesgo de enfermedades, durante un periodo más corto de exposición reducida a los microbios. Por muy extraño que parezca, el análisis de estos valientes astronautas podría ser la clave de los hallazgos que mejorarían la vida de los cientos de millones de individuos que padecen alergias o asma en este planeta.