Los primeros 1.000 días de vida son cruciales en la programación de la salud futura del sujeto y las bacterias desempeñan un papel clave en ese proceso, al crear diversas microbiotas en todo el cuerpo, como la cutánea o la bucal. Pero es en el intestino donde son más abundantes. La microbiota intestinal se forma desde nuestro nacimiento y permanece con nosotros a lo largo de nuestra vida. De hecho, las bacterias ayudan tanto a programar como a entrenar numerosas partes de nuestro organismo, incluido el sistema inmunitario y el sistema nervioso central.

Se han publicado numerosos estudios acerca del impacto sobre la salud a largo plazo de factores como la alimentación durante la primera infancia, el tipo de parto y el uso de antibióticos durante este periodo crítico. Toda esta literatura científica disponible sobre el impacto de la alimentación en la primera infancia sobre la microbiota intestinal y sus efectos a largo plazo en el cerebro ha sido objeto de una revisión por parte de científicos de la Universidad de Cork (Irlanda), liderados por el Profesor John Cryan del APC Microbiome Institute.

En un artículo publicado en la revista Nutrients, estos científicos llegan a la conclusión de que los primeros 1.000 días de vida constituyen una ventana crucial para el desarrollo. Es más, cualquier alteración que se produzca durante este periodo y perturbe el establecimiento correcto de la microbiota intestinal podría acarrear consecuencias a largo-plazo en el eje intestino-cerebro .

“Entender la relación entre nutrición perinatal, neurodesarrollo y microbiota intestinal es primordial a la hora de desenmarañar los mecanismos de enfermedades que podrían tener su origen en los primeros años de vida”, explican los autores del estudio.

Los investigadores piensan que todo lo que perturbe esa relación durante las ventanas temporales críticas del desarrollo podría afectar al equilibrio interno del intestino y a las interacciones entre los humanos y su microbiota intestinal, lo cual tendrá un impacto en la salud en general.

Estas perturbaciones también podrían provocar alteraciones funcionales y estructurales en el sistema nervioso central. De hecho, en humanos ya se han vinculado hechos como una alta exposición a antibióticos a edad temprana a un mayor riesgo de enfermedades mentales como ansiedad o depresión.

El primer episodio clave de esta historia es el  embarazo. Diversos estudios han demostrado que algunos compuestos producidos por la microbiota materna durante el embarazo llegan al bebé mediante la placenta y pueden influir en el desarrollo y la función del sistema nervioso central del niño.

Por eso es primordial que la madre adopte una dieta equilibrada y diversificada, especialmente rica en fibra. Esta, junto con el estilo de vida, la salud mental, el uso de antibióticos y los factores ambientales como la contaminación pueden afectar al desarrollo fetal. La cuestión es, obviamente, descubrir cómo.

Lo que la madre come da forma a su microbiota intestinal. Y a su vez, las sustancias o metabolitos liberados por la microbiota de la madre pueden influir en el desarrollo del feto “con potenciales consecuencias sobre la salud del niño a lo largo de su vida”.

Es el caso de los prebióticos, por ejemplo: un tipo de fibra alimentaria no digerible, fermentada por la microbiota intestinal. Esta fermentación libera moléculas denominadas metabolitos que regulan funciones importantes del organismo. Los ácidos grasos de cadena corta (AGCC) son uno de estos metabolitos absorbidos en el intestino y que pueden moldear el cerebro y el sistema inmunitario.

La etapa siguiente es el nacimiento. Ya se ha demostrado que la manera en que llegamos al mundo afecta a cómo nos colonizan los microorganismos. La exposición  perinatal de la madre a antibióticos y las cesáreas se han vinculado a la aparición posterior de ciertas enfermedades, en particular la obesidad, el asma y demás alergias y la diabetes tipo 2.

Por su parte, el parto por vía vaginal facilita la principal colonización del intestino del bebé. En efecto, al atravesar el canal de parto, el bebé se impregna de la microbiota intestinal materna. Esta microbiota comienza a su vez  a colonizar el intestino del bebé mayoritariamente con bacterias de la familia de las bifidobacterias.

Las bifidobacterias también abundan en la leche materna. Esta fuente de nutrición es el alimento de referencia, ya que suministra los nutrientes y componentes bioactivos como los oligosacáridos (HMO) que ayudan a moldear el sistema inmunitario a través del intestino. Sabemos además que la lactancia materna favorece el desarrollo cerebral y fortalece el sistema inmunitario en los primeros años de vida y también se asocia a un menor riesgo de obesidad infantil y diabetes tipo 2.

Más adelante, cuando el bebé comienza a ingerir alimentos sólidos, la riqueza y la diversidad de su microbiota intestinal van evolucionando. Aquí es donde la microbiota intestinal comienza un proceso de diversificación gradual, con una estabilización de su composición sobre los cinco años de edad. Estos cambios son cruciales para el desarrollo saludable de los circuitos neuronales en el cerebro, así como para la salud en general.

Como se ha podido observar, el embarazo es un momento clave para la salud futura del bebé, ya que la microbiota intestinal de la madre afecta al desarrollo del bebé en el útero a través de los metabolitos que libera. Asimismo, tanto el tipo de parto – vaginal o por cesárea – como la lactancia materna y la transición hacia una dieta sólida tras el destete dan forma a la microbiota intestinal del bebé. Este modelado desempeña un papel crucial en el entrenamiento del sistema inmunitario y el desarrollo del cerebro. Por tanto, cuanto más diversificada esté la microbiota intestinal del niño durante sus primeros 5 años de vida, más probabilidades tendrá de gozar de buena salud en el futuro.

 

ARTÍCULO:

Ratsika, A.; Codagnone, M.C.; O’Mahony, S.; Stanton, C.; Cryan, J.F. Priming for Life: Early Life Nutrition and the Microbiota-Gut-Brain AxisNutrients 202113, 423. https://doi.org/10.3390/nu13020423