En este preciso instante, las células nerviosas de su cuerpo están pasándose un tipo de neurotransmisor, la serotonina, hacia delante y hacia atrás, como si de un partido de baloncesto químico se tratara. Conocida por su capacidad para modular el estado de ánimo, esta sustancia química es producida tanto en el tracto digestivo como en el cerebro. Y muchos investigadores creen que aún estamos lejos de desvelar todos sus secretos.
Elaine Hsiao, investigadora de la universidad de California, en Los Angeles, Estados Unidos, estudia la serotonina en el contexto del eje intestino-cerebro—y más concretamente, la manera en que las actividades de las moléculas y las células vinculan la microbiota intestinal con el cerebro. Los editores del GMFH se entrevistaron con Hsiao durante el simposio sobre probióticos de Harvard para ponerse al día acerca de los últimos avances en materia de serotonina, cerebro y microbios del intestino.
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¿En qué difieren la serotonina elaborada por el intestino y la que se fabrica en el cerebro?
La serotonina del intestino y la del cerebro son estructuralmente idénticas: se producen las mismas moléculas, pero se ubican en lugares diferentes y están producidas por células diferentes.
En el intestino, son esencialmente unas células endocrinas —las enterocromafines— las encargadas de secretarla, aunque también la producen algunas neuronas intestinales y ciertas células inmunitarias. Mientras que en el cerebro, son las neuronas del rafe, un subtipo de neuronas, las que fabrican la serotonina que suministran al cerebro adulto. Se trata por tanto de la misma molécula, aunque al ser secretada por diferentes tipos de células, desempeña funciones localizadas diferentes.
“Nuestro trabajo ha revelado que especies determinadas de la microbiota intestinal estimulan las células endocrinas del intestino para producir serotonina”, revela Hsiao.
¿Cómo contribuyen los microbios a la creación de la serotonina en el intestino?
Nuestro trabajo ha revelado que especies determinadas de la microbiota intestinal estimulan las células endocrinas del intestino para producir serotonina. Podríamos por tanto hablar de colaboración entre los microbios y las células del huésped.
Como consecuencia de esta estimulación, se ha observado una mayor concentración de serotonina en el colon, así como que las plaquetas sanguíneas captan más serotonina que liberan en el flujo sanguíneo.
¿Se podría decir que cuanta más serotonina mejor?
No. Como en la mayoría de los casos, todo en su justa medida. Se ha asociado un exceso de serotonina a ciertas enfermedades, infecciones e inflamaciones. Pero en algunos casos, la falta de serotonina también se ha revelado perjudicial.
¿Cómo afecta la serotonina del intestino al desarrollo y comportamiento del cerebro?
Es una cuestión en la que estamos trabajando activamente.
Nos embarcamos en este estudio porque la mayoría de las teorías actuales sobre el vínculo entre los microbios intestinales y el cerebro y el comportamiento parecen implicar, en algún momento, algo que influya en la actividad neuronal y los neurotransmisores podrían ser precisamente los responsables de esa influencia. Esto nos empujó a interesarnos por este neurotransmisor denominado serotonina.
De forma más general, en el eje intestino-cerebro, ¿cómo influye la microbiota en el cerebro?
La mayoría de las pruebas existentes apuntan a un efecto indirecto: los microbios intestinales modularían el sistema inmunitario, y se produciría así una conexión neuro-inmunitaria.
Otras posibilidades implican la modulación microbiana de las moléculas neuroactivas que penetran en el mismo cerebro o una modulación microbiana de las neuronas periféricas que llegan hasta el cerebro.
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Los científicos saben que el intestino y el cerebro están en constante comunicación y el papel de la microbiota intestinal en esta comunicación es un tema candente en el mundo científico. Investigaciones más a fondo de Elaine Hsiao y otros científicos del mundo entero sobre los mecanismos de la interacción entre el cerebro y el intestino podrían arrojar más luz sobre la influencia de los microbios intestinales en el cerebro y el comportamiento.