Que a largo plazo se cumple el refrán de que somos lo que comemos, al menos en lo que a composición de la microbiota intestinal se refiere, es algo que la ciencia viene comprobando desde hace tiempo. Pero hasta hace poco no estaba claro a qué velocidad puede responder esta microbiota, los cientos de billones de bacterias y microorganismos que habitan nuestro sistema digestivo, ante cambios a corto plazo en el tipo de alimentos que ingerimos.

Un nuevo estudio de las universidades de Harvard y Duke  (EE UU) publicado hace poco en la revista Nature ha despejado las dudas al poner en evidencia que si damos el paso de una dieta omnívora a una dieta basada exclusivamente en vegetales, o bien a otra que solo contiene productos de origen animal, se puede modificar velozmente la composición y la actividad de nuestra microbiota (anteriormente llamada flora intestinal).

Para demostrarlo, un equipo de investigadores liderados por el Profesor Lawrence David, de la Universidad de Harvard, trabajó con once voluntarios que, durante cinco días, limitaron su ingesta a comidas hechas a base de arroz, tomate, calabaza, guisantes, ajo, lentejas, plátano, mango y papaya. A continuación, regresaron una semana a su dieta habitual y equilibrada. En última instancia los participantes pasaron otros cinco días comiendo exclusivamente productos animales y grasos, esencialmente beicon, huevos, costillas de cerdo, ternera, salami, jamón y queso. Analizando la evolución de la microbiota en todo ese período de tiempo comprobaron que tan solo tres días después de cada cambio dietético la actividad y la composición de las bacterias intestinales experimentaban variaciones importantes.

Así, por ejemplo, una dieta de origen animal, con muchas más grasas y menos fibras de lo que contiene una dieta normal, aumentaba en el intestino humano la concentración de microorganismos tolerantes a los altos niveles de ácidos de la bilis que se sintetizan al ingerir carne. Además, la dieta carnívora también redujo el número de bacterias que normalmente se dedican a metabolizar los polisacáridos de los vegetales. Esta respuesta rápida hace pensar a los investigadores que, en el futuro, los cambios dietéticos podrían utilizarse ante ciertos diagnósticos médicos, en lugar de los medicamentos o incluso la cirugía. “Esperamos algún día conseguir, a través de cambios en la dieta o en el comportamiento, moldear la microbiota para mejorar la salud”, asegura el Profesor Lawrence David, coautor del trabajo. No en vano la microbiota intestinal recibe el apodo de “segundo genoma”, y, como recalca el Prof. David, “lo interesante es que este segundo genoma es flexible y responde al modo en que escogemos vivir nuestra vida”.