Tradicionalmente, se ha relacionado la comida con la respuesta inmunitaria: la sopa de pollo para luchar contra el resfriado, el ajo para protegerse de la gripe… Pero ¿se sostiene esta teoría desde un punto de vista científico? Según el Prof. Philip Calder, profesor de inmunología nutricional en la Universidad de Southampton (Reino Unido) y último ganador del Premio Internacional a la Nutrición de Danone (Danone International Prize for Nutrition), cada vez más indicios apuntan a que la dieta puede influir en la respuesta inmunitaria humana. Durante una entrevista telefónica concedida a los editores de GMFH, Calder explica cómo los resultados obtenidos por algunos laboratorios, entre ellos el suyo, han identificado tres maneras en las que la alimentación puede afectar a la respuesta inmunitaria del cuerpo.

El primer vínculo entre alimentación e inmunidad, en palabras de Calder, es el más básico: el sistema inmunitario requiere una fuente de energía. «El sistema inmunitario es muy activo metabólicamente. Necesita mucho carburante, como cualquier tejido activo», explica el científico. «El combustible que utiliza el sistema inmunitario es el mismo que emplea cualquier otro tejido como energía: carbohidratos, grasas, proteínas, etc. Debemos ingerir suficiente carburante para permitir que el sistema inmunitario continúe desempeñando su papel».

«Asimismo, uno de los elementos clave de la respuesta inmunitaria es el incremento del número de células implicadas en la respuesta. Es la proliferación de células… crear nuevas células». Y Calder continúa: «cuando se fabrica algo, obviamente, se necesitan cimientos. Toda esta actividad implica vías metabólicas y reacciones bioquímicas. Normalmente, en estos mecanismos, que convierten ciertos elementos en otros (amino ácidos en proteínas, por ejemplo), intervienen enzimas. Y esas enzimas suelen requerir cofactores… como vitaminas y minerales».

Por tanto, según Calder, «para crear una respuesta inmunitaria se necesita una buena dosis de micronutrientes -vitaminas y minerales- y macronutrientes, las fuentes de energía como carbohidratos, grasas y proteínas». Todo esto queda particularmente patente en casos extremos como la desnutrición, en que los individuos carecen de estos cimientos. «Por ello, las personas desnutridas o con deficiencias nutricionales tienen respuestas inmunitarias débiles», continúa Calder. «Al no ser capaces de enfrentarse a los agentes patógenos adecuadamente, se infectan. No pueden hacer frente a la infección, así que esta se dispara y acaban por enfermar».

«El segundo vínculo tiene que ver con unos cuantos nutrientes que parecen desempeñar un papel en la regulación de la respuesta de las células a las señales inmunitarias» tal y como explica Calder. Cuando el sistema inmunitario se encuentra con un «intruso» como bacterias, virus o parásitos, su respuesta se adapta al elemento en cuestión; el sistema puede responder de diversas maneras, utilizando las células que tiene a su disposición. En palabras de Calder, los datos muestran que las señales nutricionales ayudan a modular esta respuesta: las células inmunitarias deciden hasta qué punto van a obedecer o ignorar las instrucciones, en función de lo que perciban a su alrededor. «Lo que las células inmunitarias hagan dependerá de la naturaleza de las señales que reciban». «Elementos como la vitamina A, o la vitamina D, son reguladores de la respuesta inmunitaria. Los ácidos grasos Omega 3 regulan algunos aspectos… actúan como señales nutricionales que controlan la manera en que se produce la respuesta inmunitaria». Calder cita los probióticos como otro componente de la dieta que puede servir como señal nutricional.

Calder cree que la tercera forma en que la alimentación puede controlar la respuesta inmunitaria es a través de la microbiota intestinal. «La naturaleza de la microbiota, por su interacción con el sistema inmunitario, también desempeña su papel», añade. «Ya que la nutrición afecta especialmente a la microbiota intestinal, podría existir una relación indirecta entre nutrición, microbiota intestinal y respuesta inmunitaria en el huésped», concluye Calder. En otras palabras, cuando comemos, podríamos estar modulando nuestra microbiota intestinal y por tanto influyendo en su forma de «comunicarse» con nuestro sistema inmunitario. Este impacto de la alimentación en la inmunidad podría tener una gran relevancia en la salud.

Modificar la dieta para mejorar las respuestas inmunitarias se presenta como una posibilidad viable ahora que los científicos han empezado a conocer mejor estos vínculos. Pero en lugar de los consejos tradicionales de la sopa de pollo y otros remedios caseros, los científicos por ahora tienen una idea muy general de cómo se relacionan la inmunidad y la nutrición. Con el tiempo, Calder y demás investigadores averiguarán mucho más acerca de los vínculos entre la dieta y el sistema inmunitario y cómo varían de persona a persona. «Las diferencias entre personas, lo que realmente significan y cómo la microbiota interactúa con el huésped son factores que aún están por definir con más claridad. Se trata de un campo que debe ser explorado en mayor profundidad», apunta por último el científico.

La primera parte de esta serie de dos artículos trata sobre lo que significa tener un sistema inmunitario resiliente.