No cabe duda de que celebrar Nochevieja en Nueva York o pasar las vacaciones en alguna isla paradisiaca de Polinesia pueden verse como planes sumamente atractivos. Sin embargo, puede que a sus microbios intestinales no les encante la idea. Al parecer, esa enorme comunidad de microbios beneficiosos que pueblan nuestro sistema digestivo está compuesta de sujetos extremadamente sensibles. Y si el efecto secundario de viajar al otro extremo del planeta nos puede acarrear un  buen jet lag, o lo que es lo mismo, una incomodísima sensación de mareo, sueño, agotamiento y hambre voraz a horas intempestivas, nuestros microbios también “se sienten” completamente desorientados por estas alteraciones temporales.

Un nuevo estudio realizado con ratones por un equipo israelí recientemente publicado en la revista Cell ha demostrado por primera vez que la microbiota intestinal, al igual que los humanos, sigue un reloj interno, el ritmo circadiano, y cuando se perturba este ritmo, algunos microbios pueden verse alterados, potenciando así el riesgo de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares.

Numerosos estudios anteriores ya habían revelado el vínculo entre las personas que trabajan por turnos variables, que padecen alteraciones del sueño o frecuentes jet lags y la propensión a algunos problemas de salud, como las enfermedades metabólicas e incluso determinados tipos de cáncer. Pero hasta la fecha no se había dado con los mecanismos exactos de esta relación. Los hallazgos de este estudio podrían ser el eslabón que faltaba.

Eran Elinav, autor del estudio, y su equipo del Instituto Weizmann de Ciencias de Israel han descubierto que la composición de la microbiota intestinal así como su actividad varían en función de un ciclo diario. Han constatado que la actividad de algunas especies de microbios aumentaba durante las horas diurnas pero disminuía en las nocturnas, mientras que otras seguían el patrón opuesto. Además, han  estudiado lo que sucedía al alterarse estos ciclos.

Para ello, llevaron a cabo un estudio con ratones a los que les provocaron un jetlag cambiando los tiempos de luz en sus jaulas durante  cuatro semanas. Tal y como habían pronosticado los científicos, los animales comenzaron a comer a horas aleatorias,  como consecuencia del desfase horario. Por otra parte, los investigadores también pudieron observar cómo se alteraba el ciclo normal de la microbiota de los roedores así como la proporción de las especies que la componían. Además, curiosamente, los ratones empezaron a ganar algo de peso y a experimentar un incremento de sus niveles de azúcar en sangre.

A continuación, trasplantaron ese microbiota sometido a jetlag a un grupo de roedores criados en un ambiente estéril, y por la tanto desprovistos de gérmenes: estos comenzaron a engordar poco después y su salud se fue deteriorando.

Los investigadores querían comprobar si estos resultados podían extrapolarse al hombre, y para ello analizaron muestras de heces de dos voluntarios, antes y después de que volaran de Israel a Estados Unidos. Pudieron constatar que el viaje había alterado su microbiota, y en concreto que mostraban una mayor concentración de firmicutes, cuya superabundancia ha sido relacionada con la obesidad. Dos semanas después de su viaje, tanto los dos individuos como sus microbiotas ya se habían recuperado del jetlag y habían vuelto a sus ciclos habituales.

Estos hallazgos podrían abrir el camino a nuevos tratamientos para las personas que trabajan por turnos o que padecen continuos jetlags. Asimismo, podrían tener repercusiones importantes para los investigadores que estudian la microbiota, ya que hasta ahora, normalmente comparaban las microbiotas intestinales de diferentes personas con ayuda de muestras tomadas en un momento determinado. A la luz de este nuevo estudio, estas muestras podrían no ser representativas, ya que ahora sabemos que la  composición de la microbiota de una persona varía drásticamente a lo largo del día.