La comida ocupa un lugar primordial en nuestra vida. Sería impensable celebrar cualquier evento familiar sin un delicioso festín, o no poder quedar con los amigos para comer o cenar o incluso no probar los platos locales y las especialidades culinarias de los países que visitamos.

En nuestras elecciones alimentarias entran en juego aspectos emocionales y culturales, nuestros recuerdos y por supuesto, nuestras necesidades nutricionales. Y estas decisiones no solo afectan a nuestra salud en general, sino también a nuestra capacidad reproductora, nuestra esperanza de vida, e incluso nuestro estado mental y nuestro estado de ánimo. Sin embargo, la forma en que nuestro cerebro controla y gestiona esos antojos y preferencias sigue siendo un misterio para la neurociencia.

Pero ahora, un equipo de investigadores del centro de investigación Champalimaud Center for the Unknown, de Lisboa (Portugal) y de la universidad Monash, en Australia, dirigido por Carlos Ribeiro, ha arrojado cierta luz sobre esta cuestión.

El estudio muestra cómo dos especies bacterianas específicas en la mosca de la fruta afectan a la decisión de comer o no comer alimentos ricos en proteínas

Durante un experimento con moscas de la fruta, estos científicos han descubierto que los antojos podían originarse muy lejos del cerebro: en el intestino. Y más concretamente, han revelado que las bacterias intestinales «hablan» con el cerebro y controlan lo que come la mosca de la fruta. Sus resultados han sido publicados en PLOS Biology.

Ribeiro y sus colegas estaban estudiando los mecanismos cerebrales tras las elecciones alimenticias en Drosophila melanogaster, cuando una coincidencia les hizo interesarse por la microbiota intestinal de los insectos. Habían sometido a las moscas a un régimen bajo en aminoácidos y observaron que los animales comenzaban a tener antojos de alimentos ricos en proteínas. Los aminoácidos y las proteínas son esenciales para mantener las células madre sanas, y cuando estas son insuficientes, pueden aparecer problemas graves de salud.

Curiosamente, algunas moscas parecían no mostrar estos antojos de proteínas, a pesar de carecer de los mismos aminoácidos en su dieta. «No entendíamos lo qué sucedía, por qué algunas moscas se comportaban así, pero otras no», explicaba Carlos Ribeiro, autor principal del estudio, a los editores de GMFH.

Examinaron más de cerca las moscas y descubrieron que, a pesar de haber utilizado alimentos y tubos sin gérmenes, sorprendentemente, algunas bacterias habían conseguido colonizar el intestino de ciertos insectos.

Decidieron llevar a cabo un experimento para comprobar el de las cinco especies bacterianas principales que suelen habitar el intestino de las moscas de la fruta en sus elecciones alimentarias. La microbiota de las Drosophila es bastante dinámica y varía en función del sustrato de los alimentos y el origen de las moscas. En cualquier caso, según Ribeiro, «las Acetobacteraceae y Lactobacillaceae estaban casi siempre presentes».

Constataron que esas dos bacterias podían ser las responsables del apetito acentuado de proteínas de las moscas sometidas a un régimen bajo en aminoácidos. «Nuestro estudio es el primero en mostrar cómo dos especies bacterianas específicas en la mosca de la fruta afectan a la decisión de comer o no comer alimentos ricos en proteínas», afirma Ribeiro.

En el estudio también se identificaron otras especies responsables de los antojos de azúcar.

Según los autores, sus hallazgos demuestran que con la microbiota adecuada, las moscas de la fruta pueden hacer frente a situaciones nutricionales desfavorables. Si bien no han conseguido dar con el mecanismo subyacente por el que las bacterias pueden influir en el cerebro y el comportamiento, los científicos creen que los cambios en la dieta pueden empujar a las bacterias a causar alteraciones metabólicas con efectos sobre el cerebro. En la actualidad, los investigadores se han lanzado a una serie de estudios metabolómicos a fin de comprobar esta hipótesis.

Pero, ¿qué sucede con los humanos? Somos mucho más complejos que las moscas. Tenemos, por ejemplo, cien billones de microbios de todo tipo de especies en nuestro organismo, frente a cinco especies principales en las moscas. «Por el momento, nos resulta imposible repetir estos experimentos en humanos o mamíferos, o identificar qué especies bacterianas podrían afectar a nuestras preferencias alimentarias», lamenta Ribeiro. Aunque el científico nos recuerda que una de las especies identificadas en las moscas, Lactobacillus, también está presente en el intestino humano.

 

 

Artículo científico

Leitão-Gonçalves R, Carvalho-Santos Z, Francisco AP et al. Commensal bacteria and essential amino acids control food choice behavior and reproduction. PLoS Biology 2017 doi.org/10.1371/journal.pbio.2000862