Visión borrosa o doble, entumecimiento de los brazos, las piernas o la cara; dificultades para mantener el equilibrio al caminar. Son algunos de los primeros síntomas de la esclerosis múltiple (EM), una enfermedad crónica autoinmune y neurodegenerativa que afecta a 2,3 millones de personas en todo el mundo, la mayoría mujeres de alrededor de 30 años.

De momento no existe cura y tampoco se conocen las causas que la provocan, aunque se sabe que es muy compleja, y que intervienen factores genéticos que predisponen pero también ambientales, como la infección por virus de Epstein-Barr, el tabaco, la falta de vitamina D. Y alteraciones en la microbiota intestinal.

Como ya hemos explicado aquí, estudios recientes han relacionado esta enfermedad incapacitante con perturbaciones en la microbiota intestinal. Ahora, un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Córdoba (UCO), del Hospital Reina Sofía de Córdoba y del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica (IMIBIC) arroja luz en esta dirección.

“Establecer la posible relación entre el inicio de la enfermedad y los cambios en la microbiota es algo aventurado a partir de los datos derivados de nuestro estudio”

El trabajo, que recoge la revista Neurotherapeutics, describe cómo la alteración de la microbiota intestinal se asocia con el desarrollo de la esclerosis múltiple recurrente-remitente.

“Establecer la posible relación entre el inicio de la enfermedad y los cambios en la microbiota es algo aventurado a partir de los datos derivados de nuestro estudio”, afirma en una entrevista a Gut Microbiota for Health Isaac Túnez, investigador del IMIBIC y de la UCO y autor principal del trabajo.

“Pero lo que sí podemos afirmar es que la alteración de la microbiota está asociada con las características evolutivas de la enfermedad, así como con la mejor o peor evolución de la misma, con su severidad, la presencia de brotes y de recaídas”, añade.

El grupo de investigación que lidera Túnez, centrado en la neuroplasticidad y el estrés oxidativo,  estudia desde hace una década esta enfermedad, que es la principal causa de discapacidad neurológica en adultos jóvenes no traumática por accidentes. Este grupo estaba estudiando la relación entre los pacientes de EM tratados con un fármaco y el daño oxidativo, que se sabe que desempeña un papel clave en la enfermedad. Y lo hacían a través de biomarcadores presentes en la sangre, así como midiendo los cambios en los niveles de una hormona, la melatonina, y neurotransmisores, la catecolaminas (adrenalina, noradrenalina y dopamina). Entonces se plantearon qué ocurriría a nivel de tejido nervioso.

Para responder a esa pregunta, desarrollaron un modelo animal que les permitiera estudiar la enfermedad; en este caso, lograron un modelo de rata que reproducía la encefalomielitis autoinmune experimental, una patología que produce cambios similares a la esclerosis múltiple.

Disponer o no de modelos animales para investigar un problema concreto es uno de los principales escollos de la investigación; sin modelo animal resulta más difícil estudiar los mecanismos de una enfermedad y validar posibles tratamientos.  Por eso mismo, una de las principales innovaciones de este trabajo es haber conseguido validar ese modelo experimental para estudiar los procesos moleculares relacionados con la EM.

“Es cierto que ya existían datos en la literatura científica que indican o establecen un posible nexo de unión entre cambios en la microbiota intestinal y EM, pero un número importante de ellos son revisiones y otros usan distintos tipos de enfoque y de modelos animales. De manera que son muchas las incertidumbres que quedaban acerca de este diálogo permanente entre microbiota, sistema inmunitario y sistema nervioso”, comenta Túnez.

Los investigadores andaluces se centraron en estudiar dos biomarcadores de cambios en la microbiota, tanto en modelo animal como en muestras humanas, con los que han podido trazar el proceso en el que la alteración de la barrera intestinal desencadena un proceso inflamatorio que acaba afectando al sistema nervioso y causando daño neurológico. En concreto, se centraron en el lipopolisacárido (LPS) de membrana bacteriana y las proteínas que los transportan (LBP), y han logrado describir con gran nivel de detalle su comportamiento.

Uno de los resultados que sorprendió a los investigadores es que no encontraron diferencias estadísticamente significativas entre ratas macho y hembra. Esto es importante porque la EM afecta a 2-3 mujeres por cada hombre, por lo que es interesante dilucidar el papel que las hormonas sexuales desempeñan.

Para el investigador Túnez: «este trabajo no ha hecho más que abrir una nueva puerta por la que seguir profundizando en el conocimiento de la patología y, sobre todo, en los modelos experimentales que permiten ensayar posibles tratamientos que mejoren la vida de los millones de personas que padecen la enfermedad en el mundo».