Desde tiempos inmemoriales, numerosas culturas del mundo han incluido en su dieta tradicional, rica en microbios, bacterias beneficiosas para nuestra microbiota y nuestra salud en general. Los científicos comienzan ahora a entender mejor el papel de estos microorganismos y cómo pueden influir positivamente en nuestra salud intestinal.

A principios del pasado mes de julio, un grupo de expertos en microbiota se reunió en el Museo de la Ciencia Cosmocaixa de Barcelona para la conferencia Bdebate. Uno de los temas estrella abordados fue el de los probióticos y entre los expertos elegidos para abrir el debate sobre esta cuestión se encontraba Mary Ellen Sanders.

Esta científica trabaja actualmente en colaboración con la Alianza Global para los Probióticos (GAP), la unión de siete empresas europeas especializadas en los probióticos que tratan cuestiones relacionadas con las alegaciones de salud sobre probióticos ante la CE, y fue invitada a unirse al comité asesor del Centro de Investigación y Educación sobre microbioma intestinal de la Asociación Americana de Gastroenterología (AGA). Ocupa el puesto de director ejecutivo de la Asociación Científica Internacional de Probióticos y Prebióticos (International Scientific Association for Probiotics and Prebiotics – ISAPP)

Actualmente existen muchos alimentos y productos dietéticos con la denominación de probióticos. ¿Qué es exactamente un probiótico?

Se trata de un microorganismo vivo que debe ser administrado en cantidad suficiente para aportar un beneficio a la salud. Se pueden ingerir en su forma deshidratada, en píldoras, como complementos alimenticios,  pero también se pueden consumir como parte de nuestros alimentos.

Algunos alimentos fermentados tradicionales típicos de ciertas regiones como el kefir, el kimchi o el sauerkraut tienen fama de contener productos probióticos. ¿Es esto cierto?

Existen alimentos fermentados como el yogur, el queso, los encurtidos o la sopa de miso, que contienen microbios vivos, pero para poder ser etiquetados como probióticos, también es necesario que se demuestre que son beneficiosos para la salud.

¿Puede revelarse saludable y aconsejable añadir probióticos a nuestra dieta?

En mi opinión, habría que diferenciar entre dos tipos de situaciones: por una parte, aquellas en las que se está intentando luchar contra un problema existente por medio de probióticos. Y por otra, las personas que deciden optar por una alimentación lo más sana posible. Para las personas que se enfrentan a un problema concreto, es importante encontrar los microbios específicos ya estudiados para el trastorno que padecen, ya sea el síndrome del intestino irritable o la enfermedad de Crohn.

Pero si se trata de una persona sana, con una buena alimentación, que considera que los humanos siempre hemos consumido muchos microbios, no existe ningún impedimento para que incluya en su dieta alimentos con microbios. Y para ser sinceros, no sabemos a ciencia cierta lo que hacen esos alimentos ni por qué son beneficiosos. Lo único que sabemos es que si consumimos alimentos ricos en esos microorganismos, podemos modificar nuestra microbiota, lo cual va vinculado a diferentes beneficios. Sabemos, por ejemplo, que estos microbios desempeñan un papel fundamental en las funciones de nuestro sistema inmunitario y que contribuyen a que nuestro intestino funcione correctamente.

¿Existen probióticos diseñados para situaciones concretas?

Pues de hecho, se han probado un par de productos probióticos para combatir el síndrome del intestino irritable, el cual conlleva cierta inflamación, que  se han mostrado eficaces a la hora de reducir la respuesta inflamatoria así como la sensibilidad al dolor. También se ha experimentado el efecto de otros probióticos en casos de diarrea del viajero o diarreas agudas. Pueden asimismo facilitar la recuperación del paciente tras un tratamiento antibiótico, ayudarle a soportar mejor los efectos secundarios y acelerar la vuelta a la normalidad de la microbiota. Por otra parte, pueden igualmente influir en lo que se denomina «entorno intestinal» y así fomentar la producción de ciertos ácidos grasos que disminuyen el pH, y por lo tanto contribuyen a un entorno un poco más saludable.

¿Podrían también emplearse para tratar las llamadas «plagas modernas»: obesidad, diabetes o enfermedades cardiovasculares?

Actualmente se están llevando a cabo en este ámbito investigaciones y estudios muy interesantes que han demostrado, por ejemplo, que los probióticos pueden ser muy eficaces en casos de hipercolesterolemia, ya que pueden contribuir a regular el nivel de lípidos en sangre. Pero en lo que a obesidad se refiere, en numerosos estudios llevados a cabo con animales se ha observado que al alterar la microbiota del sujeto mediante trasplantes fecales se influye en el peso del animal. ¡Aunque con los humanos todo resulta siempre más complicado!

Últimamente también se ha relacionado la microbiota con ciertos trastornos mentales como la depresión o el autismo.  ¿Piensa usted que en el futuro sería posible recurrir a algún tratamiento probiótico para estos trastornos?

¿Verdad que cuando alguien está muy alterado, suele acabar teniendo descomposición? ¿Y eso por qué? Porque su cerebro está en continua comunicación con su intestino. Funciona asimismo en la dirección opuesta: el intestino también puede influir en el cerebro. Autismo, depresión, ansiedad… Sí, creo que probablemente los microbios tengan mucho que aportar a la hora de luchar contra estas enfermedades, sin embargo, no va a ser tan sencillo como decir: «tómese un probiótico y listo». Será necesaria más investigación en profundidad para conseguir identificar los vínculos existentes y saber si se da cierta causalidad.  Lo que sabemos ahora es que algunos cambios en los modelos de microbiota van asociados al autismo, la diabetes, la obesidad y la enfermedad de Crohn. Pero lo que aún ignoramos es si estos cambios en la microbiota causan, contribuyen, o si por el contrario son una consecuencia de estas enfermedades. Entonces,  ¿volverse obeso altera nuestra microbiota? O ¿es nuestra microbiota la que provoca esa obesidad? Ciertos modelos animales han demostrado que podría ser causal, pero aún queda mucho por investigar en humanos.

Últimamente también se ha relacionado la microbiota intestinal con el Párkinson, el Alzhéimer, la depresión e incluso el SIDA.

Es una locura, ¿no cree? El intestino es un órgano muy importante. Conocemos la existencia de los microbios desde hace mucho tiempo, pero han sido las investigaciones llevadas a cabo durante los últimos seis o siete años las que nos han llevado a apreciarlos de verdad. Y todo ello porque hemos descubierto lo dinámica que puede llegar a ser nuestra colaboración con ellos. Antes, solíamos pensar que los microbios solo causaban problemas y por eso recurríamos a los antibióticos para eliminarlos. Y con el tiempo, nos hemos ido dando cuenta de que se comunicaban con las  células humanas y viceversa, y  que existía un gran potencial en este ámbito. En mi opinión, nos encontramos ante un campo de investigación realmente excitante y los nuevos descubrimientos arrojarán más luz sobre el papel fundamental de este órgano ignorado durante tanto tiempo.