Profesora de nutrición, directora del Instituto de Cardiometabolismo y Nutrición (ICAN) asociado a la Universidad de Pierre y Marie Curie de Paris, y jefa de un grupo de investigación en el INSERM. Con semejante currículo, no es sorprendente que Karine Clément sea reconocida como una importante experta  en el ámbito de las enfermedades metabólicas, la nutrición y el papel de la microbiota intestinal en estas enfermedades. El año pasado, la revista La Recherche la premió por su contribución a la comprensión del papel de esos 100 billones de microbios alojados en nuestro colon. Es también la coordinadora del proyecto europeo Metacardis, que arrancaba en 2012 y tiene por objetivo un mejor conocimiento de la influencia de la microbiota intestinal en las enfermedades cardiometabólicas en una cohorte de cerca de 2.000 pacientes. Fue una de las principales oradoras durante las conferencias Bdebate que tuvieron lugar a principios de julio pasado en el Museo de las Ciencias Cosmocaixa de Barcelona, donde concedió una entrevista a Gutmicrobiotawatch.org.

¿Cuándo se empezó a relacionar la microbiota intestinal con la obesidad, la diabetes y otras enfermedades metabólicas?

Se trata de algo relativamente reciente. La primera publicación se realizó hace menos de 10 años y recuerdo que para mí, como médica clínica con pacientes obesos, con diabetes o enfermedades cardiovasculares, fue muy sorprendente descubrir que se podía inducir la obesidad y aumentar ciertos marcadores de riesgo como los factores metabólicos para la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, trasplantando microbiota intestinal de ratones obesos a roedores libres de gérmenes. Más adelante, se publicaron estudios igualmente interesantes, como aquel que mostraba que si se comparaban ratones delgados y obesos o personas con alto riesgo de enfermedades metábolicas, por ejemplo, se encontraban diferencias en su microbiota intestinal, principalmente en la abundancia de algunas bacterias: ciertos grupos microbianos como los Bacteroides eran menos numerosos, y otros, como los Firmicutes, más.

Estos eran estudios basados en modelos animales. ¿Y en humanos?

El Instituto nacional francés de investigación agronómica (INRA), por ejemplo, ha comenzado varios tipos de investigaciones basadas en la dieta y dirigidas a los pacientes obesos o con sobrepeso a fin de determinar si los resultados obtenidos en roedores pueden extrapolarse a los humanos. Pero uno de los problemas principales a los que se enfrenta es que con las personas solo se pueden realizar observaciones y se obtiene una foto de la microbiota intestinal en condiciones diferentes. Pero resulta muy complicado averiguar si se trata de una simple fotografía o si tienen un verdadero impacto sobre el metabolismo. Eso es lo que nos llevó a llevar a cabo diferentes tipos de estudios.

¿Podría explicarnos en qué consistieron sus investigaciones con humanos?

Una de ellas tenía que ver con el sobrepeso y la obesidad. Publicamos los resultados en Nature. Nuestro objetivo era descubrir si era posible regular la microbiota intestinal tras un tratamiento de pérdida de peso. Así que llevamos a cabo nuestras primeras observaciones en 50 sujetos con sobrepeso y obesos. Estudiamos su microbiota intestinal y constatamos que esta difería de un sujeto a otro. El 30% de los sujetos tenían unos niveles bajos de genes bacterianos, lo cual equivale a una microbiota intestinal pobre. Entonces, empezamos a suministrarles una dieta rica en proteínas, fibra y carbohidratos con un índice glucémico bajo, y nos dimos cuenta de que en los sujetos con una microbiota intestinal pobre, el número de genes microbianos aumentaba en un 30%. Pero no solo mejoró su riqueza genética, sino que también disminuyó su riesgo cardiometabólico ya que habían mejorado su glucemia, su nivel de triglicéridos y de inflamación. Sin embargo, la mejora de la riqueza de la microbiota intestinal no era suficiente si se comparaba a la de los sujetos que originalmente contaban con numerosos genes, es decir, dotados de una microbiota rica.

¿Y su segundo estudio?

Para continuar en la misma línea, estudiamos una bacteria llamada Akkermansia muciniphila que supone del 3 al 5% de todas las bacterias intestinales. Esta cepa está vinculada a una dieta rica en fibra. También se la relaciona con niveles más bajos de azúcar, insulina y lípidos en sangre, lo cual contribuye a combatir la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Por consiguiente, para este experimento disponíamos de sujetos con niveles altos y bajos de este microbio. Aquellos con niveles bajos también eran los que tenían una glucemia y una adiposidad celular más elevadas y una mayor tendencia a las inflamaciones. Asimismo, pudimos constatar que durante el estudio, mejoraban menos ante las intervenciones dietéticas. Así que, probablemente, la abundancia global de la microbiota intestinal sea importante, pero las cepas bacterianas específicas son relevantes de forma concreta. En este experimento, los individuos con una mayor cantidad de A. muciniphila y riqueza de la microbiota intestinal también eran los que tenían mejores perfiles metabólicos.

¿Constituye la microbiota intestinal un factor clave a la hora de inducir enfermedades metabólicas, o por el contrario, son las enfermedades metabólicas las que alteran el perfil de los microbios intestinales?

En mi opinión, se trata de un diálogo verdaderamente direccional. No se puede solo tener en cuenta los cambios en el entorno, o en la microbiota intestinal o en el metabolismo. De hecho, el metabolismo de por sí tiene probablemente un impacto en la microbiota intestinal; enfermedades cardiometabólicas como la obesidad o la diabetes o los problemas cardiovasculares van están estrechamente ligadas en personas con niveles de inflamación ligeros, es decir una tasa de inflamación superior en la sangre durante un largo periodo. También observamos que la inflamación en sí podía contribuir a modelar la microbiota intestinal.

El otro aspecto interesante es que estas enfermedades son crónicas, así que quizás las alteraciones en la microbiota intestinal tengan algo que ver. Todo ello forma parte de un círculo vicioso que contribuye a la cronicidad. Algunos estudios muestran, por ejemplo, que en ciertas poblaciones como la de Estados Unidos, este  empobrecimiento de la microbiota intestinal se da incluso en los primeros momentos de la vida, es decir antes de los tres años de edad. Y esto es un indicador sólido de que se producen cambios a una etapa muy temprana debido al modo de vida, cambios ambientales, etc. Así que es muy probable que la riqueza de la microbiota intestinal sea muy relevante.

¿Podrían las alteraciones del perfil de la microbiota intestinal considerarse un biomarcador del riesgo de enfermedades metabólicas?

Tenemos puestas nuestras esperanzas en ello. Pero no debemos olvidar que este enfoque se ha estado utilizando desde hace 15 años con nuestro genoma. Pensábamos que al secuenciar el genoma, saldrían a la luz marcadores tempranos y predictores de enfermedades. Pero sobre todo, lo que hemos aprendido de la secuenciación de nuestro genoma es que existen muchos factores de riesgo en general, pero cuando se quieren aplicar a una persona en concreto, y soy muy sensible a esto como médica clínica, las predicciones se complican. Es cierto que ahora tenemos nuevos objetivos, que nos son otros que la microbiota intestinal y también disponemos de herramientas a fin de probar todo esto. Por tanto, la pregunta que se nos plantea es si se pueden encontrar diferencias en las poblaciones que nos ayuden a realizar predicciones para una persona dada, teniendo en cuenta nuestra complejidad: nuestro entorno, nuestra biología, nuestra propia inmunidad, etc. Y mientras tanto, no nos queda otra que mostrarnos cautos.