En el cuerpo humano, la actividad del sistema inmunitario necesita ser ajustada a un nivel adecuado. Al igual que ponemos la música a un volumen lo suficientemente alto para oírla bien, pero sin excedernos para no provocar las iras de los vecinos, las respuestas inmunitarias no deben ser ni demasiado fuertes ni demasiado débiles. Una actividad elevada significa que el cuerpo comienza a atacar a sus propios tejidos sanos, y una actividad baja, que el sistema inmunitario podría fracasar en su intento de eliminar a los invasores dañinos. En ambos casos, se pueden lastimar los tejidos, lo cual provoca  una inflamación – que podría considerarse como el punto de partida de la enfermedad. Por tanto, si los científicos lograran averiguar cómo controlar la actividad del sistema inmunitario -aumentándola o disminuyéndola- podrían influir profundamente en trastornos como el asma, las alergias alimentarias, la enfermedad inflamatoria intestinal, la obesidad o las enfermedades cardiovasculares.

En un artículo recientemente publicado en Nature Medicine, Roxanne Khamsi informaba sobre las investigaciones a escala mundial que exploran cómo la microbiota intestinal influye en el sistema inmunitario y la inflamación humanos.  La cercanía entre la microbiota intestinal y las células inmunitarias del intestino no explican su influencia. Así que la gran pregunta que se plantean los científicos es la siguiente: ¿a través de qué mecanismos interactúan las bacterias con las células inmunitarias?

La línea de investigación más prometedora ha descubierto que probablemente las bacterias no se encarguen del trabajo duro por sí mismas en su interacción con el sistema inmunitario. Gozan de la ayuda de asistentes: los metabolitos que producen. Estos elementos, producidos cuando las bacterias llevan a cabo sus actividades diarias, parecen a menudo ser los responsables de afectar a células inmunitarias clave y ajustar la inflamación en más o en menos.

Por ejemplo, Stanley Hazen, de la Clínica Cleveland, en Estados Unidos, estudia cómo las bacterias emiten trimetilamina (TMA) al darse un festín de colina, un nutriente abundante en los huevos y la carne.  La TMA es metabolizada a continuación para producir trimetilamina N-óxido (TMAO),  vinculado con la inflamación y la aterosclerosis. Los ratones que no son capaces de transformar la TMA en TMAO quedan protegidos contra la enfermedad. Esto sugiere que el TMAO es un metabolito indeseable, además de detonante del proceso inflamatorio, que conduce a un mayor riesgo cardiovascular.

Otros estudios apuntan a metabolitos deseables que podrían influir en la inflamación. Los principales serían los ácidos grasos de cadena corta (AGCC) como el butirato, producidos cuando los microbios trituran la fibra. La investigación en animales muestra que esos AGCC ayudan a las células T a reducir la inflamación. Aún se requiere más investigación para comprobar si este fenómeno también se produce en los humanos, pero los datos sugieren que las bacterias de las personas que consumen alimentos ricos en fibras producen más AGCC y menos inflamación.

Pero hasta ahora, la investigación no ha hecho más que escarbar en la superficie. Los científicos podrían descubrir muchos otros metabolitos que afectarían de forma positiva o negativa al sistema inmunitario. Y teniendo en cuenta que cada vez hay más indicios que apuntan a que la microbiota intestinal tiene la capacidad de alterar la función inmunitaria, ¿cómo podríamos modificarla a voluntad?

Hasta la fecha está resultando tarea ardua diseñar intervenciones a corto plazo que modifiquen la microbiota en humanos a largo plazo – parece que se vuelve siempre al punto de partida. Khamsi explica, sin embargo, que los científicos están descubriendo de qué forma probióticos y prebióticos específicos podrían alterar las comunidades microbianas.

Aprender a maximizar la eficacia de los probióticos entraña conocer mejor el ecosistema del intestino. Al parecer, los probióticos tienen más posibilidades de hacerse fuertes en el tracto digestivo si se liberan varias cepas de bacterias simultáneamente.

Mientras tanto, otros investigadores – en Bélgica y en otros países – están estudiando los prebióticos  como instrumento para modificar la microbiota y alterar así el sistema inmunitario a fin de cambiar la trayectoria de las enfermedades.  En palabras de Stanley Hazen, los prebióticos, por su parte, podrían revelarse como la promesa terapéutica inmediata a la hora de modular la microbiota y controlar la inflamación en su papel de «fertilizantes» para aumentar el número de bacterias intestinales deseadas.

Introducir bacterias en el intestino o añadirlas a los alimentos para contribuir al crecimiento propio de las bacterias podría algún día ayudarnos a disminuir o incrementar el nivel de inmunidad. Entender este proceso tan extremadamente complejo, nos ayudará a bajar el volumen de nuestro riesgo futuro de contraer enfermedades.